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Hasta el paseante menos observador habrá reparado alguna vez en que ciertas calles de la Villa y Corte están rotuladas con unos pequeños azulejos que, con letras azules sobre fondo blanco, indican un mensaje bastante enigmático: por ejemplo, “Visita G.L , Manzana 152″.
¿Qué se nos está indicando en estos escurridizos carteles? ¿De qué época son?
Empecemos por el principio. Para comprender qué indican, debemos viajar hasta el siglo XVI, cuando Madrid fue nombrada Corte estable de la Monarquía Hispánica por el rey Felipe II, en 1561. Es entonces cuando se implanta en Madrid de manera permanente un instrumento jurídico de origen medieval: la Regalía de Aposento. Brevemente, ésta consistía en la imposición a la población en la cual se hospedase la Corte (hasta entonces, itinerante) de la obligación de dar albergue en las casas de los vecinos a los funcionarios reales mientras durase la estancia de los monarcas en la ciudad. Así, una Corte establecida en Madrid implicaba que este impuesto recayese perpetuamente sobre los hombros de los madrileños (siendo entonces una Carga de Aposento).
Los munícipes matritenses lo acogieron de buen grado, pues con él se aseguraban los privilegios de ser Corte, pero los ciudadanos de Madrid no lo veían con tanta alegría, al ser a su costa que se debía realizar este molesto acogimiento. Por supuesto, hubo diferencia entre unas y otras casas, estando algunas exentas por pago de privilegios (casas privilegiadas) o bien otras que trataban de engañar con el número de estancias o habitaciones, hoy diríamos de metros cuadrados, las famosas “casas a la malicia”. Estas casas eran modificadas exteriormente por sus propietarios para que desde fuera parecieran tener menos aposentos de los que realmente tenían, o cambiaban las entradas principales por puertas traseras, para hacer ver que no existía tal acceso y debía por tanto corresponder a otra puerta.
A principios del siglo XX se llegaron a contabilizar aún unas 6.000 de estas casas a la malicia. Por cierto que alguna de estas casas aún las podemos ver en Madrid, como la casa de la calle de los Mancebos esquina a la calle de la Redondilla, o las casas en las calles del Toro, del Conde, del Pez o en la calle del Rollo.
Andando el tiempo, obviamente, el impuesto perdió su sentido, pero lejos de desaparecer, continuó más vivo que nunca para seguir nutriendo las arcas públicas a costa de los madrileños. Así, a pesar de las quejas de alojados y propietarios, en tiempo de Felipe IV la Villa se allanó a pagar una contribución perpetua en cambio del alojamiento
El Visitador de Aposento y la Junta de Aposento se encargaban de organizar esas “visitas” con afán recaudatorio por todas las casas de Madrid. Ello propició indirectamente que, para dar orden al itinerario de los visitadores, se estableciese una suerte de primitivo catastro y planimetría de la Villa, más allá de los diferentes planos y vistas generales de la ciudad, que, con mayor o menor detalle, existían antes de esta planimetría.
A este interesante tema de los mapas, planos y vistas de Madrid daremos en su momento buena cuenta en un monográfico de PodCastizo.
Así, la más importante del siglo de oro es la Visita de 1625, con la descripción casa a casa de todas las de la Villa, siendo esta Visita unos años anterior a la plasmación de las calles madrileñas en el famosísimo Plano de Pedro Teixeira. El catastro más importante del Antiguo Régimen fue el célebre catastro del Marqués de la Ensenada, hito en la modernización de la Administración española, que en Madrid se tradujo, entre otras cosas, en la elaboración de la Planimetría General de Madrid y Visita General de Casas de 1750-1751. Este importante catastro, fuente suculenta de datos para los historiadores que estudian el Madrid de la época, es el origen directo de estos pequeños azulejos.
Para realizar la visita, se dividió Madrid en 557 planos de manzanas (se conservan 3 series), además de 3 series o libros de asientos de casas, que recogen la descripción de 7.800 casas. Una vez establecidas las manzanas y numeradas, se colocaron los correspondientes azulejos indicando el número de manzana en cada una, de modo que los visitadores pudiesen identificarla sobre el terreno.
Este sistema mejoraba en mucho el anteriormente utilizado, que se basaba, sin más, en la localización de cada casa mediante señas del estilo “la última de la costanilla que baja de San Andrés”, “la última de la bocacalle junto a la fuente de Antón Martín”, e indicaciones similares. Por cierto, que estas señas populares son el origen de no pocos nombres de calles en nuestro querido Madrid.
A pesar de la mejora, el sistema de localización tenía aún muchos problemas, ya que se señalaban los números de las puertas por manzanas, y no por calles como ahora, de modo que en una misma calle podíamos encontrar enfrentadas dos puertas con el mismo número. Así, confundir casas con el mismo número con otra de diferente manzana era cosa habitual. Este problema, unido a los continuos cambios y engaños para evadir el pago (como el mencionado de las casas a la malicia), dificultaba bastante la recaudación.
Que sepamos, hasta mediados del siglo XIX se recoge en la legislación de la época los resquicios de la carga de aposento como impuesto sobre los madrileños, aún obligados a soportarla.
En cuanto al sistema de numeración de las casas, se abandonó en 1834, cuando el alcalde José Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos (sí, sí, el de la plaza de Pontejos, famosa por sus tiendas de hilos, que empiezan a estar en peligro de extinción a pesar del fervor de los amantes de la costura) implantó el actual sistema de numeración de las calles, además de cambiar el nombre de 240 de ellas. A partir de este momento, se colocará el nombre de la calle en cada uno de sus extremos (norma que, por experiencia, nuestros oyentes habrán comprobado que no siempre se cumple en la actualidad), dejando los números pares a la derecha y los impares a la izquierda.
Para determinar cuál es la derecha y cuál la izquierda, pues dependería del extremo de la calle en que uno empiece y cuál sea el sentido de la marcha que uno lleve, se determinó una regla salomónica: la numeración partiría del extremo de cada calle más cercano a la Puerta del Sol, ascendiendo los números conforme uno se aleje de este famoso ágora madrileño. Cuando posteriormente, se eligió simbólicamente la Puerta del Sol como Kilómetro Cero del sistema radial de carreteras en España, en 1950, no se estaba más que continuando la tradición iniciada por Pontejos. Esta castiza, y últimamente demasiado abarrotada, plaza madrileña que era ya la referencia a la hora de moverse por las calles madrileñas, pasó a serlo también cuando viajamos por carretera…
Por cierto, que el Kilómetro Cero se colocó, como hemos dicho, en 1950, si bien la placa se renovó en 2009 por una copia exacta de la original. Sin embargo, el origen de Madrid como centro de las carreteras españolas no surge con el desarrollismo franquista, sino con el inicio del sistema radial de caminos reales, durante el reinado de Felipe V, en el primer tercio del siglo XVIII.
Así que ya lo sabéis, os dejamos deberes: la próxima vez que veáis uno de estos azulejos misteriosos, contadle a vuestro acompañante cuál es su origen y recordad a los sufridos madrileños y su flamante Corte. Y, de paso, comprobad si los números de la calle aumentan a medida que os alejáis de la Puerta del Sol…
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Música en este podcast:
– Qué me queréis caballero. Anónimo. Del disco “Música en tiempos del Quijote”.
– Serenata de las Calles de Madrid, de Luigi Boccherini.
– El Vito. Anónimo. Del disco “Lucero Tena y la música popular en los tiempos de Goya”.
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Bibliografía:
– Edición del manuscrito 5.918 de la Biblioteca Nacional de España sobre la visita realizada a las casas de Madrid en 1625 (según el plano de Texeira). Roberto Castilla Pérez (ed. lit.)
– Planimetría general de Madrid y visita general de casas, 1750-1751, por Francisco José Marín Perellón. Artículo en la revista Catastro (julio de 2000).
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